55 años después, reivindicar el legado del Cordobazo

El clima que se vivió en los días subsiguientes, después de la represión en las universidades (la famosa “noche de los bastones largos”), las detenciones y el exilio forzado de varios profesores y científicos, era depresivo. Hasta el propio Perón había lanzado desde su exilio en Madrid, la recordada frase: “Hay que desensillar hasta que aclare”. Todo parecía cerrar en la idea de que esos milicos que se autodenominaban “revolución argentina”, venían para quedarse un largo tiempo. Todo comenzó en junio de 1966 cuando un general que llegó a creerse un Dios pensó que a través del golpe de Estado podría perpetuarse en el poder por décadas. Juan Carlos Onganía.

 

Tres años después, el Cordobazo estallaba en pleno rostro de la dictadura y generaba una gran conmoción en todo el país que sirvió para acicatear nuevas insurrecciones populares.

En mayo de 1969, durante el gobierno de Onganía, comenzó a evidenciarse una crisis con estallidos en distintos puntos del país, como Corrientes y Rosario. En Córdoba, donde existía una estrecha relación entre estudiantes y obreros, al descontento general se sumó la decisión del gobierno provincial de suprimir el “sábado inglés”, es decir, la media jornada laboral. En consecuencia, el SMATA (sindicato de los Obreros de la Industria Automotriz) y el sindicato de Luz y Fuerza convocaron a un paro activo con movilización para el 29 de mayo. Los estudiantes adhirieron a la medida de fuerza y pronto la ciudad fue controlada por los manifestantes, quienes lograron su ocupación durante unas veinte horas. Se produjeron incendios y ataques a las principales empresas multinacionales. La represión consiguiente fue brutal y dejó como resultado veinte manifestantes muertos y cientos de detenidos, entre ellos Agustín Tosco, Atilio López y Elpidio González.

Córdoba no vivió la “expectativa esperanzada” de otras ciudades. Córdoba jamás creyó en los planes de modernización y de transformación que prometió Onganía, ni Krieger Vasena. La toma de conciencia de Córdoba, de carácter progresivo pero elocuente, es bastante anterior al régimen de Onganía. Pero se expresa con mayor fuerza a partir de julio de 1966. La reivindicación de los derechos humanos, proceda de donde proceda, en particular de las encíclicas papales desde Juan XXIII, encuentran en nosotros una extraordinaria receptividad y así se divulgan especialmente en la juventud y en los sindicatos. Si hay receptividad es que hay comprensión, y la comprensión deriva en entusiasmo, en fe y en disposición al trabajo, al esfuerzo e incluso al sacrificio para consumar los ideales que ya tienen vigencia en el ámbito universal. Así fue, que tras un encuentro entre Tosco y Elpidio Torres, a pesar de las enormes diferencias ideológicas entre ambos, resolvieron que las dos CGT que por esos días tenía Cordoba, aunaran esfuerzos para responder en la calle la ola de asesinatos de militantes populares.

 

Al intentar reportear a Agustín Tosco, no dejaron. Los parapoliciales y paramilitares y los policías y militares del gobierno de Isabel Perón y López Rega que lo perseguían a sol y a sombra y lo obligaban a transitar en la clandestinidad no lo dejaron tratarse adecuadamente una enfermedad injustamente terminal, que se lo llevó el 5 de noviembre de 1975. Compartimos con ustedes un estilo de reportaje histórico que salía todos los meses en Caras y Caretas, y como en ellos, las respuestas de Agustín Tosco son textuales y fueron tomadas de escritos del notable sindicalista cordobés.

Agustín Tosco fue un dirigente obrero revolucionario. Férreo opositor a la burocracia sindical. Secretario general del sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba. Junto a Elpidio Torres, dirigente de SMATA, y Atilio López, de la UTA, encabezó la rebelión popular que pasaría a la historia como el Cordobazo. Tras la represión fue detenido y trasladado al penal de Rawson. Colaboró con la fuga de sus compañeros el 15 de agosto de 1972 (que terminaría en la masacre del día 22) pero se negó a salir porque planteaba que su lugar de lucha estaba allí. En 1973 se opuso al Pacto Social por considerarlo una trampa para la clase obrera. Tras la sublevación encabezada por el comisario Navarro en Córdoba, que puso fin al gobierno de Ricardo Obregón Cano y Atilio López, su gremio fue intervenido y comenzó una implacable persecución sobre él y sus compañeros. Murió el 5 de noviembre de 1975.

¿Qué querían los obreros y estudiantes, el pueblo de Córdoba?

Agustín Tosco: Exigía respeto a su soberana voluntad; exigía la normalización institucional, para que el gobierno fuera elegido por decisión de la mayoría de la población, sin persecuciones para con las ideas y doctrinas de ningún argentino. Exigía que se aumentaran los salarios en un 40%, que era lo que había crecido el costo de vida. Exigía la defensa del patrimonio nacional, absorbido cada vez más por los monopolios extranjeros. Exigía la creación de nuevas fuentes de trabajo, para eliminar la desocupación que trae miseria y desesperación en los hogares. Exigía la reincorporación de los cesantes y el levantamiento de las sanciones por haber hecho uso del derecho constitucional de huelga. Exigía una Universidad abierta a las posibilidades de los hijos de los trabajadores y consustanciada con los intereses del país. El día 26 de mayo, el movimiento obrero de Córdoba, por medio de los dos plenarios realizados, resuelve un paro general de actividades de 37 horas a partir de las 11 horas del 29 de mayo y con abandono de trabajo y concentraciones públicas de protesta. Los estudiantes adhieren en todo a las resoluciones de ambas CGT. Todo se prepara para el gran paro. La indignación es pública, notoria y elocuente en todos los estratos de la población. No hay espontaneidad. Ni improvisación. Ni grupos extraños a las resoluciones adoptadas. Los sindicatos organizan y los estudiantes también. Se fijan los lugares de concentración, cómo se realizarán las marchas. La gran concentración se llevará adelante frente al local de la CGT en la calle Vélez Sarsfield 137. Millares y millares de volantes reclamando la vigencia de los derechos conculcados inundan la ciudad en los días previos.

El día 29 de mayo amanece tenso, la represión indiscriminada. La prohibición violenta del derecho de reunión, de expresión, de protesta. El comercio cierra sus puertas y las calles se van llenando de gente. Corre la noticia de la muerte de un compañero, era Máximo Mena del Sindicato de Mecánicos. Se produce el estallido popular, la rebeldía contra tantas injusticias, contra los asesinatos, contra los atropellos. La policía retrocede. Nadie controla la situación. Es el pueblo. Son las bases sindicales y estudiantiles, que luchan enardecidas. Todos ayudan. El apoyo total de toda la población se da tanto en el centro como en los barrios. Es la toma de conciencia de todos evidenciándose en las calles contra tantas prohibiciones que se plantearon. Nada de tutelas, ni de los usurpadores del poder, ni de los cómplices participacioncitas. El saldo de la batalla de Córdoba –el Cordobazo– es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página en la historia argentina y latinoamericana que no se borrará jamás. En las fogatas callejeras arde el entreguismo, con la luz, el calor y la fuerza del trabajo y de la juventud, de jóvenes y viejos, de hombres y mujeres. Ese fuego que es del espíritu, de los principios, de las grandes aspiraciones populares, ya no se apagará jamás. En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad soberana del pueblo, partimos esposados a bordo de un avión con las injustas condenas sobre nuestras espaldas. Años de prisión que se convierten en poco menos de siete meses, por la continuidad de esa acción que libró nuestro pueblo, especialmente Córdoba, y que nos rescata de las lejanas cárceles del sur, para que todos juntos, trabajadores, estudiantes, hombres de todas las ideologías, de todas las religiones, con nuestras diferencias lógicas, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su compañero y su hermano.

Desde muy temprano enormes columnas obreras marcharon desde distintos puntos del conurbano cordobés, con la decisión de quienes no solo están hartos de la prepotencia de los poderosos sino que desean inexorablemente asaltar el poder para que de una buena vez gobiernen los de abajo. Al llegar a la ciudad, surgieron los primeros y grandes enfrentamientos con la policía y allí mismo comenzaron a escribirse páginas que llenarían de orgullo a los luchadores que habrían de tomar la posta de allí en más. Policías a caballo, esos que se jactaban desde siempre de castigar a rebencazos a quienes osaran enfrentarlos, retrocedían asustados, frente a la decisión peleona de la multitud. «Obreros y estudiantes. unidos adelante”, se escuchaba en todas las esquinas, mientras chicos y chicas de distintas facultades “asaltaban» con jóvenes como ellos pero de mameluco azul, las sedes de empresas trasnacionales o bancos de igual procedencia, y una vez arrojados a la calle biblioratos, muebles y hasta cuadros, los quemaban para repeler los gases policiales. Córdoba se había inundado de consignas y gritos, de rostros sonrientes y animosos, por sentires fuertes, codo a codo con otros que hasta ese día no se imaginaban tener tanta osadía. Tanta, que a las pocas horas la policía fue desbordada y debió esconderse en sus comisarías, que también eran asediadas. El pueblo llano, los que casi siempre fueron ninguneados por el poder, se habían adueñado de la situación y eran, qué duda cabe, los que habían alcanzado, por unas horas al menos, tener en sus manos la famosa “batuta” con que dirigir el levantamiento de masas. Ni más ni menos.

Después de hacerse con el centro de la ciudad y demostrar el coraje que da el pelear por una causa justa, la multitud se retiró hacia los barrios y desde allí, generó diversos cortes de calles y se amuralló para seguir la batalla. Si faltaba algo, los trabajadores de Luz y Fuerza «bajaron la palanca”. dejando la ciudad a oscuras apenas comenzada la noche. El espectáculo que se vio a partir de ese momento es, aún hoy, inolvidable: desde los barrios más combativos se escuchaban las explosiones de petardos, o se iluminaba la calle con barricadas de fuego, mientras de una punta a otra se podía escuchar con toda nitidez, el himno de esa desigual guerra popular:“El pueblo unido, jamás será vencido”. A los que otros, que preparaban nuevas asonadas les respondían: “El pueblo armado, jamás será explotado”.

Ante la dimensión del Cordobazo (así lo identificaban las primeras planas de los medios nacionales) muy pronto desde Buenos Aires, la dictadura impuso el toque de queda y lanzó sobre la ciudad al Ejército invasor, que a sangre y fuego entró con sus tanquetas en el centro desierto de la ciudad, allanando los locales sindicales, deteniendo a los principales dirigentes y luego avanzando hacia los barrios donde miles de manifestantes los enfrentaron cuerpo a cuerpo. A la vez, subidos a los techos de las casas y de las distintas facultades, cientos de estudiantes y vecinos les arrojaban a los uniformados piedras, tachos de basura o agua ardiente.

Analizado desde este oscuro presente, donde el asalto al poder por parte de una ultraderecha fascista intenta destruir todas las conquistas tras muchos años de lucha de la clase trabajadora, el Cordobazo es un claro ejemplo de que se puede transformar la realidad. Su legado, de unidad popular para la lucha, la fortaleza que dan las calles cuando se trata de obtener reivindicaciones o protestar por injusticias, la acción directa contra el opresor y sus uniformados, la necesidad de la organización desde abajo y combatiendo, la conciencia de saber que se trata de una lucha de clases donde el factor decisivo está en saber en qué lado de la vereda se para cada uno, y el tener la claridad de que el poder, la burguesía, el capitalismo y sus cómplices internacionales jamás van a ceder si no se los presiona y enfrenta con todo, son pautas que en este 55 aniversario no están para nada obsoletas. Por el contrario, deberían darnos fuerzas para seguir batallando por un futuro donde la Revolución y el socialismo (a los que algunos y algunas intentan hacer desaparecer con triquiñuelas cortoplacistas o con discursos y prácticas macartistas al estilo del actual mandamás argentino) sean otra vez, el punto de llegada.

 

 

 

 

 

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