Asume Lula. China, Brasil … y la Argentina
¿Puede la China ayudar a Brasil a encender de nuevo su poder blando global?*
Bolsonaro redujo el Brasil a la condición de un exportador de materias primas; Lula, ahora, debería imitar a la Argentina que encabeza la integración en la Franja y la Ruta…
Diez días de inmersión total en Brasil no son para pusilánimes. Ver en directo el impacto de las crisis económicas, políticas, sociales y medioambientales entrelazadas y exacerbadas por el proyecto de Jair Bolsonaro dejan atónito al observador, aún cuando se restrinja a las dos principales megalópolis, Sao Paulo y Río.
El regreso de Luiz Inácio Lula da Silva para lo que será su tercer mandato presidencial, a partir del 1 de enero de 2023, es una historia extraordinaria, atravesada por tareas de Sísifo. Deberá, simultáneamente,
*combatir la pobreza
*reconectar con el desarrollo económico al tiempo que redistribuye la riqueza;
*reindustrializar la nación; y
*dominar el pillaje medioambiental.
Ello obligará a su nuevo gobierno a recurrir a una imprevista capacidad creativa de persuasión política y financiera.
Hasta un político mediocre y conservador como Geraldo Alckmin, ex gobernador de Sao Paulo, el estado más rico del país y coordinador de la transición presidencial, estaba simplemente asombrado al ver cómo cuatro años del proyecto Bolsonaro dejaron una cornucopia de documentos desaparecidos, un agujero negro sobre cualquier tipo de datos, y pérdidas financieras inexplicables.
Es imposible determinar el alcance de la corrupción en todo el espectro porque simplemente no hay nada en los libros: desde 2020 no se alimentaron los sistemas gubernamentales. Alckmin lo resumió todo: «El gobierno de Bolsonaro ocurrió en la Edad de Piedra, donde no había palabras ni números».
Ahora habrá que crear, o recrear, desde cero cada política pública, y la falta de datos hará inevitables los errores graves. Y no estamos hablando de una república bananera, aunque en el país en cuestión abunden los (deliciosos) plátanos.
Por paridad de poder adquisitivo (PPA), según el Fondo Monetario Internacional (FMI), Brasil sigue siendo la octava potencia económica del mundo, incluso después de los años de devastación de Bolsonaro: por detrás de China, Estados Unidos, India, Japón, Alemania, Rusia e Indonesia, mas por delante del Reino Unido y Francia.
El camino para que Bolsonaro ganara la presidencia en 2018 fue allanado desde 2010 por una campaña imperial concertada, debidamente denunciada por WikiLeaks, e implementada por las élites compradoras locales; fue dirigida contra la presidencia de la campeona empresarial nacional brasileña, Dilma Rousseff, y condujo a la destitución (ilegal) de Rousseff y al encarcelamiento de Lula durante 580 días por cargos espurios (todos retirados posteriormente).
Si no fuera por este cúmulo de desastres, a estas alturas el Brasil -líder natural del Sur Global- sería quizás la quinta mayor potencia geoeconómica del mundo.
*Lo que quiere la banda de los inversores*
Paulo Nogueira Batista Jr, ex vicepresidente del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), o banco de los BRICS, va directo al grano: el inmenso problema es todo lo que Brasil depende de Lula.
Batista considera que Lula se enfrenta al menos a tres bloques hostiles.
* La extrema derecha apoyada por una facción significativa y poderosa de las fuerzas armadas (esto no se reduce a los bolsonaristas, que todavía están impugnando el resultado de las elecciones presidenciales a las puertas de algunos cuarteles del ejército;
* La derecha fisiológica que domina el Congreso – conocida en Brasil como «El Gran Centro» (Centrao);
* El capital financiero internacional que, como era de esperar, controla la mayor parte de los principales medios de comunicación.
El tercer bloque, en gran medida, abrazó alegremente la idea de Lula de crear un Frente Único capaz de derrotar al proyecto Bolsonaro (proyecto este último que, por cierto, nunca dejó de ser inmensamente rentable para el tercer bloque).
Ahora quieren su parte. Los principales medios de comunicación se volcaron instantáneamente a acorralar a Lula, operando una especie de «inquisición financiera», como la describió el excepcional economista Luiz Gonzaga Belluzzo.
Al nombrar ministro de Finanzas a Fernando Haddad, leal al Partido de los Trabajadores desde hace muchos años, Lula dio a entender que, de hecho, será él quien dirija la economía. Haddad es profesor de ciencias políticas y fue un ministro de Educación decente, pero no es un gurú de la economía. Los acólitos de la Diosa del Mercado, por supuesto, lo desprecian.
Es otra vez el característico giro de Lula en acción: confiando en que todos los lineamientos de la política económica están en su cabeza, eligió darle más importancia a las negociaciones para avanzar en su agenda social con un Congreso hostil, que serán complejas y prolongadas.
Un almuerzo con algunos miembros de la élite financiera de Sao Paulo, aún antes de que se anunciara el nombre de Haddad, ofreció algunas pistas fascinantes. Se les conoce como los «Faria Limers», por el nombre de la avenida Faria Lima, que alberga numerosas oficinas de bancos de inversión posmodernos, así como los cuarteles generales de Google y Facebook.
Entre los comensales había un puñado de hidrofóbicos inversores enemigos del Partido de los Trabajadores, los proverbiales neoliberales no reconstruidos; pero a la mayoría la entusiasmaban las oportunidades que se les presentaban para hacer fortunas, y uno de ellos buscaba acuerdos con empresas chinas.
El cántico neoliberal de quienes quizás estén dispuestos a apostar por Lula (por un precio) es la «responsabilidad fiscal», y choca frontalmente con el enfoque de Lula en la justicia social.
Ahí es donde aparece Haddad como un interlocutor útil y educado que privilegia los matices y señala que no es precisamente un buen negocio fijarse sólo en los indicadores del mercado y olvidarse del 38% de los brasileños que sólo ganan el salario mínimo (1.212 reales brasileños o 233 dólares al mes).
*Las artes oscuras del no gobierno*
Lula ya está ganando su primera batalla: la aprobación de una enmienda constitucional que le permita financiar más gasto social. Eso permitirá al gobierno mantener el emblemático programa de asistencia social Bolsa Família -de unos 13 dólares al mes por familia en situación de pobreza- al menos durante los próximos dos años.
Un paseo por el centro de Sao Paulo -que en los años sesenta era tan elegante como el centro de Manhattan- ofrece un triste curso acelerado de empobrecimiento, negocios cerrados, personas sin hogar y desempleo galopante. La famosa «Zona del Crack», que antes se limitaba a una calle, abarca ahora todo un barrio, al estilo de Los Ángeles, una ciudad yonqui y postpandémica.
Río ofrece un ambiente completamente distinto si uno se da un paseo por Ipanema en un día soleado: siempre es una experiencia alucinante. Pero Ipanema vive en una burbuja. El verdadero Río de los años de Bolsonaro -masacrado económicamente, desindustrializado, ocupado por milicias- surgió en una mesa redonda en el centro de la ciudad en la que interactué, entre otros, con un ex ministro de Energía y el hombre que descubrió las inmensamente valiosas reservas de petróleo del Presal.
En la sesión de preguntas y respuestas, un hombre negro de una comunidad muy pobre planteó el reto clave para el tercer mandato de Lula: para tener estabilidad y poder gobernar, tiene que contar con el apoyo de los sectores más pobres de la población.
Este hombre expresó lo que parece no debatirse en absoluto en Brasil: ¿Cómo llegaron a existir millones de bolsonaristas pobres – limpiadores de calles, repartidores o desempleados? El populismo de derechas los sedujo y las alas establecidas de la izquierda «woke» no tenían nada para darles. Y siguen sin tenerlo.
Abordar este problema es tan grave como la destrucción de los gigantes brasileños de la ingeniería con los juicios amañados de «corrupción» del LavaJato. Brasil tiene ahora una enorme cantidad de ingenieros desempleados bien cualificados. ¿Cómo es que no han acumulado suficiente organización política para reclamar sus puestos de trabajo? ¿Por qué deben resignarse a convertirse en conductores de Uber?
El crecimiento económico medio anual de América Latina en la década hasta 2023 será sólo del 0,8%; y José Manuel Salazar-Xirinachs, el nuevo jefe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas, bien podrá quejarse en tono crítico de que el actual fracaso económico de la región sea peor aún que en la «década perdida» de los años ochenta. Pero lo que la ONU no puede estudiar es cómo un régimen neoliberal expoliador como el de Bolsonaro logró «elevar» a imprevistos niveles tóxicos la magia negra de la escasa o nula inversión, la baja productividad y el interés en la educación menor que cero.
*La presidenta Dilma in da house*
Lula se apresuró a resumir la nueva política exterior de Brasil: será totalmente multipolar, pondrá énfasis en una mayor integración latinoamericana, en lazos más fuertes en todo el Sur Global e impulsará la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU (en sincronía con Rusia, China e India, miembros del BRICS).
Mauro Vieira, un hábil diplomático, será el nuevo ministro de Asuntos Exteriores. Pero el hombre que pondrá a punto a Brasil en la escena mundial será Celso Amorim, ex ministro de Asuntos Exteriores de Lula entre 2003 y 2010.
En una conferencia que nos reunió en Sao Paulo, Amorim se explayó sobre la complejidad del mundo que Lula hereda ahora, en comparación con 2003. Sin embargo, junto con el cambio climático, las principales prioridades -lograr una integración más estrecha con Sudamérica, reactivar Unasur (la Unión de Naciones Sudamericanas) y volver a acercarse a África- se mantienen intactas.
Y luego, el Santo Grial: «buenas relaciones tanto con Estados Unidos como con China».
El Imperio, como era de esperar, estará muy atento. El asesor de seguridad nacional de EEUU, Jake Sullivan, se dejó caer por Brasilia durante los primeros días de la Copa Mundial de fútbol y quedó absolutamente encantado con Lula, que es un maestro del carisma. Sin embargo, la Doctrina Monroe siempre prevalece. Washington considera prácticamente un anatema el creciente acercamiento de Lula al BRICS… y al BRICS+ ampliado.
Así que Lula jugará más abiertamente en el terreno medioambiental y ejecutará un sofisticado acto de equilibrismo en forma encubierta.
Poco después de conocerse el resultado electoral, el combo que respalda al Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, llamó a Lula para felicitarlo. Sullivan estuvo en Brasilia preparando la visita de Lula a Washington. Por su parte, el presidente chino, Xi Jinping, le envió una afectuosa carta en la que destacaba la «asociación estratégica global» entre Brasil y China. El presidente ruso, Vladimir Putin, telefoneó a Lula a principios de esta semana, e hizo hincapié en que los BRICS tienen un enfoque estratégico común.
China es el principal socio comercial de Brasil desde 2009, cuando se colocó por delante de Estados Unidos. En 2022, el comercio bilateral alcanzó los 135.000 millones de dólares. El problema es la falta de diversificación y la concentración en productos de bajo valor añadido: mineral de hierro, soja, crudo en bruto y proteínas animales representaron el 87,4% de las exportaciones brasileñas en 2021. Las exportaciones chinas, en cambio, son sobre todo productos manufacturados de alta tecnología.
Esa dependencia de Brasil de las exportaciones de materias primas ayudó efectivamente durante años a incrementar sus reservas de divisas. Pero el costo fue una fuerte concentración de la riqueza, bajos impuestos, escasa creación de empleo y dependencia de las oscilaciones cíclicas de los precios.
No hay duda de que China tiene en el punto de mira los recursos naturales brasileños para alimentar su nuevo impulso al desarrollo, o «modernización pacífica», como se estableció en el último Congreso del Partido, pero Lula tendrá que esforzarse por conseguir una balanza comercial más igualitaria en caso de que consiga reiniciar la nación como una economía sólida.
En 2000, por ejemplo, el principal producto de exportación de Brasil eran los jets de Embraer. Ahora, son el mineral de hierro y la soja; otro nefasto indicador de la feroz desindustrialización operada por el proyecto Bolsonaro. China ya está invirtiendo sustancialmente en el sector eléctrico brasileño -sobre todo porque empresas chinas compraron empresas estatales brasileñas. Ese fue el caso en 2017 cuando Red del Estado [la mega red distribuidora de energía eléctrica estatal china] compró la CPFL de Sao Paulo que, después, adquirió en 2021 una empresa estatal del sur de Brasil.
Desde el punto de vista de Lula, eso es inadmisible: un caso clásico de privatización de activos públicos estratégicos.
Un escenario diferente se juega en la limítrofe Argentina. En febrero, Buenos Aires se convirtió en socio oficial de las Nuevas Rutas de la Seda, o Iniciativa Belt and Road, con al menos 23.000 millones de dólares en nuevos proyectos. El sistema ferroviario argentino será modernizado por -¿quién si no? – empresas chinas, por un importe de 4.600 millones de dólares.
Los chinos también invertirán en la mayor planta de energía solar de América Latina, una central hidroeléctrica en la Patagonia y una planta de energía nuclear, con transferencia de tecnología china al Estado argentino.
Lula, rebosante de un poder blando incalculable no sólo en lo personal cuando se trata de Xi, sino también apelando a la opinión pública china, puede conseguir acuerdos de asociación estratégica similares, con una amplitud aún mayor. Brasilia puede seguir el modelo de asociación iraní y ofrecer petróleo y gas a cambio de la construcción de infraestructuras críticas.
El dorado camino del futuro será, inevitablemente, el de las empresas conjuntas y no el de las fusiones y adquisiciones. No es de extrañar que muchos cariocas sueñen ya con un tren de alta velocidad que los una a Sao Paulo en poco más de una hora, en lugar de las seis horas (con suerte) demoran hoy en su congestionado viaje por autopista.
Un papel clave desempeñará la ex presidenta Dilma Rousseff, que almorzó largo y tendido con algunos de nosotros en Sao Paulo, tomándose su tiempo para relatar, minuciosamente, todo lo que ocurrió desde el día en que fue oficialmente detenida por la dictadura militar (16 de enero de 1970) hasta sus conversaciones extraoficiales con la entonces canciller alemana Angela Merkel, Putin y Xi.
Ni que decir tiene que su capital político -y personal- tanto con Xi como con Putin es estelar. En el nuevo gobierno, Lula le ofreció tomar el puesto que ella desee. Aunque sigue siendo un secreto de Estado, esto formará parte de un serio impulso para pulir el perfil global de Brasil, especialmente en el Sur Global.
Para recuperarse de los desastrosos seis años anteriores -que incluyeron dos años en tierra de nadie (2016-2018) tras la destitución de la presidenta Dilma-, Brasil necesitará un impulso nacional sin precedentes: reindustrialización a prácticamente todos los niveles, completada con una seria inversión en investigación y desarrollo, en formación de mano de obra especializada y en transferencia de tecnología.
*Hay una superpotencia que puede desempeñar un papel crucial en este proceso: China, estrecho socio de Brasil en el BRICS+ en expansión. Brasil es uno de los líderes naturales del Sur Global, un papel muy apreciado por los dirigentes chinos.*
La clave ahora es que ambos socios vuelvan a establecer un diálogo estratégico de alto nivel. Puede que la primera visita de alto nivel de Lula sea a Washington. Pero el destino que realmente importa, mientras vemos fluir el río de la historia, será Pekín.