Mama Antula el 7 de marzo de 1779

Se cumplió su voluntad: fue enterrada muy sencillamente, sin ataúd ni funerales, en el camposanto de la antigua Iglesia de La Piedad.

Mama Antula, la primera santa argentina, algunos la consideran la primera feminista.

«Al fin, cristianos, la muerte cruel no satisfecha con haber ya tantas veces arrancando del seno de nuestras familias cuanto en ellas teníamos más amable, padres, hijos, esposos, amigos, caras prendas, pedazos del corazón, como para echar el resto de su insaciable voracidad, se entró inhumana en esta capital el día siete de marzo y, de un solo golpe, nos arrebató con violencia aquella mujer fuerte, que por cerca de veinte años, la edificó con su vida ejemplar, y la santificó por su extraordinario celo; aquella mujer sierva del Señor, sierva devota, sierva fiel y prudente, declarada mortal enemiga del vicio y de sus sombras; amante firme de la virtud y propagadora incansable de la devoción: aquella mujer fecunda en pensamientos de santidad; diestra y humilde al comunicarlos; intrépida y confiada en Dios para ejecutarlos; constante a todas las pruebas en la necesidad de sostenerlos; aquella mujer superior a su sexo, émula y aun vencedora del varonil, rara y singular; cuyo corazón se inflamaba cada momento en deseos de nuestra santificación. Sí, la muerte cruel, insensible a nuestra pena, sacó de la tierra de los vivientes aquella mujer…

Más, ¿para qué anda huyendo de nombrarla, si por último ha de sufrir el ánimo este torrente de amargura? Salgamos de una vez del paso: vino la muerte inexorable y acabó con la respetable vida de la Señora María Antonia de la Paz o, por llamarla con los nombres que la impuso su devoción y edificante exterior, murió la Señora Beata María Antonia de San José. Sácala Dios de en medio de nosotros, y quién sabe si porque no éramos dignos de ella y en grave castigo de nuestros pecados, ya no la vemos andar por esas calles, los pies descalzos, cubiertos de polvo y todo fatigado el aliento, conduciendo un cuerpo extenuado con rigurosas abstinencias, y mortificado con ásperos cilicios, toda ocupada en las solicitudes del amor de sus prójimos. Ya no admiramos aquel semblante modesto sin hipocresía, gracioso sin disipación, afable sin bajeza y sin interés. Ya no hieren nuestros oídos aquellos suspiros de lo íntimo de su angustiado espíritu, nuncios y desahogo a un tiempo mismo de su caridad. Su cuerpo yace sepultado como los demás entre la tierra de la parroquia de la Piedad; y su alma, su buena alma, partió al destino que Dios justo y misericordioso haya querido darle. ¡Oh, pesadumbre la que ha venido a recargar nuestro ánimo! ¡Oh, pérdida la que hemos hecho! Vosotros conocéis bien que más es para llorada que para encarecida, y yo añado que de los míos.

Por la intercesión de Mama Antula, concédenos las gracias necesarias que sanen las heridas de nuestro cuerpo y alma, y nos anime en la fe, la esperanza y el amor para que como ella sepamos discernir tu voluntad y andar hasta donde Dios no es conocido y amado.

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